Al principito, que fue motivo de gran jubilo para los luxemburgueses que esperaron mucho tiempo para que en él se materializara la continuidad en el poder de la Casa de Nassau-Weilburg, lo vistieron de manera adorable, con un pantaloncito granate, un jersey blanco con cenefas a juego, estilo apré-ski, con sus dos dientes asomándose.
El conjunto del bebé hacía juego con la ropa de su mamá, quien eligió el denominado toque joya, casual, pero muy adecuado para dar significado a lo que intentaba transmitir la fotografía. Stéphanie usó pantalones sastre y un jersey blanco engalanado con pedrería en enebro.

A pesar de que estamos en febrero, la heredera eligió tonos muy navideños: su hijo en rojo y ella en verde. A sus 37 Stéphanie lleva una vida muy discreta en sus obligaciones reales, es amante de la música y del arte, además se rige por una filosofía muy clara: "Ser princesa no se aprende, se lleva en el corazón".
Ella llegó a la familia real de Luxemburgo ya con un título nobiliario: "Siempre he sentido un gran interés en el arte. Soy patrona también de la Asociación de Amigos de los Museos y el Arte. Cuando me casé, volqué mi atención hacia la cultura y costumbres del Gran Ducado, quería participar activamente en el museo", dijo a Point de Vue.