Han pasado dos décadas desde que Sangre, la ópera prima de Amat Escalante, se presentó por primera vez ante el público mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia. “Fue el primer encuentro con la prensa y con el público mexicano de una película que era compleja, diferente”, recuerda el cineasta. En aquel 2005, la cinta venía de Cannes cargada de expectación y nervio; veinte años después, vuelve al mismo escenario, restaurada y lista para enfrentarse a una nueva generación que descubrirá su historia por primera vez.
“Me da curiosidad y emoción pensar qué le pasa a una película veinte años después”, dice Escalante. “Yo creo que el cine tiene eso bonito, son como máquinas del tiempo. Capturan un momento visual, pero también uno de inspiración e intuición que no cambia tanto con los años”.
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Para el director, volver a ver Sangre es también mirar de frente a aquel joven de hace dos décadas que soñaba con filmar la vida con honestidad. “Si la volviera a hacer ahora saldría casi igual. Veinte años no es nada realmente”, afirma con una mezcla de serenidad y asombro.
Fotograma de la cinta Sangre. (Cortesía. )
Esa intuición de trabajar desde la humanidad ha marcado toda su filmografía: Los bastardos, Heli, La región salvaje o Lost in the Night llevan la huella de esa mirada sin artificio, que filma la realidad como si fuera un espejo roto pero honesto.
El reencuentro con Sangre le permite reconocerse también en su inocencia. “Había cierta inocencia en mí, y muchas expectativas. Pero sigo sintiendo la misma ilusión y el mismo sueño que me apasionaba entonces: imaginar cosas, absorber la vida y contarlas con imágenes”, confiesa.
Amat Escalante durante la presentación de Sangre en el FICM. (Cortesía. )
El lugar que reclama en la cinematografía mexicana
Amat Escalante pertenece a una generación que irrumpió en la primera década del siglo XXI, marcada por la internacionalización del cine mexicano. “Amores perros, Cronos, Y tu mamá también fueron películas muy importantes para mí”, reconoce. “Iñárritu, Cuarón y del Toro mostraron que se podía. Pero también fue inspirador ver a Carlos Reygadas llegar con Japón, hacerlo de forma alternativa, fuera del esquema normal. Él fue muy importante para mí, incluso apareció y produjo Sangre”.
Esa ruta, la del cine independiente que se abre camino entre los márgenes, es la que Escalante ha mantenido como territorio propio. Desde Guanajuato, lejos del bullicio de la Ciudad de México, sigue contando historias que emergen de su entorno. “Sigo viviendo en Guanajuato, explorando la intimidad. No sé cuál es mi lugar en la cinematografía, creo que eso lo dicta algo que yo no puedo calcular. Hay una parte de hacerse irrelevante, o tal vez ya pasó, no lo sé. Pero reestrenar una película veinte años después tiene algo de eso, de preguntarme por qué estoy aquí”, reflexiona con una sonrisa que es, a la vez, melancólica y lúcida .
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La generación y lo que viene
Escalante es consciente de que el ecosistema del cine ha cambiado. “Hace veinte años no existían las plataformas como ahora. Hoy un cineasta nuevo puede llegar a un público amplio, pero no por la misma ruta. Hay menos festivales, más películas, otras formas de ver cine. Todo es distinto”, dice.
Amat Escalante en 2010. (Sean Gallup/Getty Images)
Aun así, su búsqueda permanece. “Intento abrirme a públicos más grandes, no necesariamente de forma comercial, sino viendo cómo llegar a más gente. Estoy desarrollando una adaptación de una novela de terror que produciría Square Peg, la compañía detrás de Hereditary, y también proyectos en México que me entusiasman mucho”.
A los veinte años de Sangre, Amat Escalante regresa al festival que lo vio nacer como cineasta. Entre la memoria y el presente, el reestreno de su primera película no solo celebra una trayectoria, sino que confirma que su cine sigue siendo una exploración vital: una máquina del tiempo que mira hacia atrás para entender cómo seguir filmando el mundo.