Lo de Manuel Cervantes en las Lomas de Chapultepec es una casa estudio que ideó y construyó para sí. Tiene la idea de Barragan: lograr “seducir el intelecto y transmitir su forma de ser sin hablar”. Tan solo con ser”. Para encontrarlo, es necesario caminar por un amplio pasillo de muros plomizos, después bajar dos grandes bloques de escaleras. El arquitecto ganador de reconocimientos como Luis Barragán a la Trayectoria o el Emerging Voices 2015 de la Architectural League of New York, está sentado con la soltura del anfitrión al extremo de dos mesas largas paralelas repletas de maquetas de los proyectos realizados. El piso es una extensión de esas masas administradoras de edificios en miniatura.
En este amplio salón hay también fotografías aéreas de la ciudad, algunas tomadas por su amigo Santiago Arau y dibujos y piezas de, por ejemplo, la británica Melanie Smith. Suena Tell Me de Neil Frances & Undercover Dream Lovers, cuando subimos unas estrechas escaleras para llegar a un tapango que es su oficina. Un escritorio más cercano a la ventana y una mesa donde hay colores, una libreta de bocetos y libros. En ambos, el desorden tolerable y característico de quienes se dedican a crear.
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Ahora suena Come Back a Different Day de Jungle, estamos en la mesa donde regularmente Manuel recibe a sus clientes y colaboradores. Piensa que ningún otro lugar informaría tanto de sus intenciones como arquitecto que esté. “Cuando entras a un espacio íntimo descubres una parte importante del ser. La gente entiende qué hago y que no”.
Ha desarrollado proyectos de impacto social como el de Palenque, Chiapas, donde construyeron casas para trabajadores de los plantíos de El Hule; obra pública como las nuevas terminales del metro Cuatro Caminos y El Rosario; espacios como el restaurante En el Bosque de Valle de Bravo o centros corporativos como la Torre Avancer en San Luis Potosí. “Soy arquitecto de profesión y no sé bien a qué me dedico”, dice al presentarse.
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¿Por qué dices que no sabes bien a qué te dedicas? A veces pienso que soy parte psicólogo, parte sociólogo y un poco arquitecto.
¿Sólo un poco arquitecto? Sí, se ha vuelto cada vez más latente el diálogo y el entendimiento de esas profesiones. Ha disminuido el personaje del arquitecto y ha tomado un rol más secundario.
¿A qué atribuyes ese cambio de concepto? Las grandes decisiones de los edificios está dada por desarrolladores que entienden más la parte del dinero que la arquitectura. Las cosas se piden rápidas, con menos tiempo de maduración y tristemente, el arquitecto forma parte de esa constelación. Hoy es más nuestra labor entender al político y al desarrollador.
Eso, supongo, te afecta, te molesta... Más que molestia, es frustración. Pero también hay que ser resiliente y adecuarse a esas necesidades, ser más pragmático y camaleónico con aquellos que hacen la construcción de vivienda.
El concepto del tiempo se ha trastocado en nuestra sociedad, lo que antes era urgente ahora es inmediato, cómo esto ha afectado en la arquitectura El tiempo es lo más importante que hay, es invaluable e inmanejable. Si al ser humano lo que más le importa es el tiempo, es extraño que de lo que menos dispongamos sea de él. La arquitectura debería de ser ese espacio que permita que el ser humano madure, envejezca y trascienda. Al querer consumir de manera inmediata, no permitimos que las cosas se piensen, se dialoguen, se re piensen y se construyan. Hoy que nos preocupa el cambio climático, pues tiene que ver con el no pensar en qué va a suceder, y sólo responderá al consumo abrasivo del ahora.
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¿Para quién construyes? Para el ser humano. Cuando piensas en lo singular, la visión se atrofia y se centra en el “yo quiero”. Hemos pasado del ser y el tener, al pretender. Ya no somos ni tenemos; ahora pretendemos ser. Hay que construir no para ese ser que pretende, sino para esa sociedad que piensa en el futuro, en lo que el tiempo le va a hacer a las cosas y lo que las cosas le van a hacer al planeta.
¿Cuáles son las primeras ideas de un proyecto? Más allá de pensar, es entender, absorber. Pienso que el arquitecto es una especie de arqueólogo, me gusta más la figura de Humboldt; creo que en el escudriñar, recolectar y entender un sitio, una familia, una sociedad, una comunidad, una cultura, una economía; uno propone algo que sería ideal para ese conjunto.
Entonces ¿es más investigación que inspiración?
Sí, imaginan erróneamente al arquitecto llegando a un sitio, que se inspira y propone; yo lo veo un poco distinto. Quizá soy más tímido y menos extrovertido y prefiero mimetizarme con un sitio y con la gente y proponer algo que sea realmente de ese lugar y que envejezca de la mejor manera posible.
¿De dónde viene esa perspectiva de la arquitectura? Entrenan al arquitecto a ensimismarse en sus ideas, te hacen trabajar solo presentarle a otro grupo de arquitectos y la conversación se vuelve muy hermética. La sociedad es todo lo contrario, está llena de opiniones que no tienen que ver con el pensamiento unilateral del arquitecto. Conversando, equivocándome, frustrándome, fui entendiendo que es más fácil el pragmatismo de esa resiliencia.
¿Crees que hay elementos concretos que definen tú obra? No me considero una persona con un estilo reconocible sino con una estrategia y un pensamiento. Hoy el arquitecto se suma a muchas opiniones, a muchas conversaciones, a muchas ideas; necesita alejarse de la idea canónica del artista que se impone.
Justo en ese sentido, ¿de qué te vas nutriendo, que escuchas, que leer, como vas hilando? Me nutro de dos cosas: del planeta y de la gente. Paisajes, de la naturaleza, de los animales, de cómo las cosas se desarrollan, se construyen y de la gente que vive en ese planeta. Es muy importante entender qué le hacemos a ese planeta y que nos da. Dentro de ese entendimiento me gusta viajar, entender el planeta, entender a la gente y sus procesos y maneras de desarrollar música, gastronomía, cine, literatura, filosofía.
Hablemos de las colaboraciones con creadores Hay dos tipos de de colaboraciones: las de los colegas que nos ayudan a coordinar que la arquitectura suceda como a nosotros nos interesa, y otra es trabajar para creadores que requieren de arquitectura, chefs que necesita un restaurante, el cineasta que requiere hacerse su casa, del político que quiere hacer una estación de metro. Todos los proyectos tienen esas colaboraciones, nunca he hecho un proyecto yo sólo.
¿Y qué sucede en esos intercambios? Es interesante entender los procesos y ha sido frustrante entender los procesos del cine, por ejemplo, que el tiempo del cine puede ser mucho más compacto que la construcción. He tenido muy buenas colaboraciones, otras más amargas y no por eso unas son buenas y otras malas; son experiencias y de todo aprendes. Para mí es increíble el poder entender otros procesos y otras maneras de ver. Eso enriquece nuestra forma de hacer arquitectura.