Carlos Rivera mira el tiempo como quien cuida una melodía. Entre vitrinas, retratos en sepia y reliquias novohispanas, el artista tlaxcalteca ha convertido su casa en Huamantla en un santuario de la memoria. “Siempre me ha dado miedo que las historias se pierdan”, confiesa. “Por eso guardo cosas. No por tenerlas, sino por cuidarlas”.
Ese impulso lo acompaña desde niño. Huamantla, su tierra natal, es más que un escenario: es la raíz de todo lo que hace. “Mi mamá siempre creyó en mí incluso cuando nadie lo hacía. Ella me enseñó que lo pequeño también puede ser grande si lo cuidas”, recuerda. Entre procesiones y tapetes de flores nació la voz que hoy llena estadios.