México ha acompañado a Bad Bunny desde mucho antes de la fama global. Él mismo lo recordó durante su primera noche en el Estadio GNP Seguros: lleva años viniendo al país, desde aquella etapa en la que todavía no era el fenómeno internacional que es hoy. Y quizá por eso estas ocho fechas con el estadio lleno no sorprenden; más bien confirman una relación que se ha construido con tiempo, constancia y gratitud mutua. México fue un punto de impulso decisivo en su camino al reconocimiento mundial, y esa historia compartida se siente con fuerza cada vez que el público lo recibe.
“Gracias por quererme tanto”, el gran arranque de los conciertos de Bad Bunny en CDMX
Bad Bunny: un embajador que pone el nombre de Puerto Rico en alto
La evolución artística de Benito Martínez también se refleja en escena. Su propuesta actual combina la potencia del trap y el reggaetón con ritmos profundamente puertorriqueños, percusiones caribeñas, metales y texturas que dialogan con la tradición de su isla. Ese cruce sonoro adquiere otra dimensión en vivo: el montaje es preciso, su voz se escucha más sólida que nunca y el concierto se desarrolla como un espectáculo integral, construido con intención y detalle.
La noche abrió con “La Mudanza”, seguida de “Callaíta” y de una de las más coreadas del show: “Baile Inolvidable”. Desde esos primeros temas quedó claro el espíritu del DTMF World Tour: vivir el presente, celebrar el momento y abrazar la unión. Bad Bunny lo expresó en uno de los instantes más emotivos, cuando tomó el micrófono para dirigirse directamente al público mexicano:
“Muchas gracias México. Gracias por quererme tanto. La noche apenas está empezando y nosotros vinimos aquí para una sola cosa: disfrutar todos en unión. Este show trata de ustedes, de nosotros, de todos los que estamos aquí juntos. La unión de Puerto Rico con México y Latinoamérica”, comentó.
“De poder olvidar por un momento todo lo que está pasando afuera y disfrutar esta noche. Disfrutar este momento que no se va a repetir. Así que canten lo más que puedan, bailen lo más que puedan. Disfruten y conviertan esta noche en una que sea única.”
La famosísima Casita: un show único en su tipo
El diseño del espectáculo también sostiene esta búsqueda de cercanía. El escenario principal, en una de las cabeceras del estadio, integra una pantalla monumental que proyecta cada gesto como si se tratara de una transmisión en vivo pensada para que nadie pierda detalle, sin importar su asiento. Además, está rodeado por una pequeña grada destinada a sus seguidores más fieles, una decisión poco común en montajes de esta escala y que habla de un interés claro por acortar distancias entre artista y audiencia.
A mitad del show, la energía se desplaza a La Casita, un escenario alterno colocado al centro del estadio. Allí interpreta un bloque urbano que incluye “Titi Me Preguntó”, “Neverita”, “Efecto” y “Safaera”. Rodeado por el público en 360 grados, Benito convierte esta parte del concierto en una celebración colectiva.
Es un momento que refuerza la idea de igualdad dentro del recinto: la mejor vista no depende del precio del boleto, sino del entusiasmo con el que cada persona vive la experiencia. Ese dinamismo, moverse entre escenarios, sostener dos montajes simultáneos y mantener la energía, es cada vez más inusual en conciertos de estadio y, justamente por eso, uno de los elementos más agradecidos por el público.
El cierre regresa al escenario principal con un bloque final de ocho canciones que incluye “Ojitos Lindos”, “La Canción” y, por supuesto, “DTMF”. La fuerza del sonido se sostiene gracias a un ensamble de músicos puertorriqueños de primer nivel, Los Pleneros de la Cresta, quienes aportan identidad, ritmo y una presencia que termina de definir la estética del tour.
Al final, la sensación es clara: más que inaugurar una serie de conciertos, Bad Bunny ofreció una celebración compartida que confirma su madurez artística y el vínculo profundo que mantiene con México. Y para quienes asistirán a las próximas fechas, la recomendación es simple: llegar listos para bailar, sentir, compartir y guardar una noche que, como él mismo dijo, no se repetirá igual.