En una de las mejores secuencias de The Crown en Netflix, el ideario de Peter Morgan nos dejó más que claro el espíritu de la dinastía Windsor (que incluso cambió su nombre para sobrevivir), con el "mensaje" que la reina María de Teck le envió a su nieta, al recibir la noticia de la muerte de su papa, Jorge VI.
"El deber llama… Y cuando llores a tu padre, también deberás llorar a otra persona. A Isabel Mountbatten. Porque hoy la sustituye otra mujer, la reina Isabel. Las dos Isabeles entrarán en conflicto a menudo. Pero la Corona debe ganar. Siempre debe ganar". Y sin dudas para Lilibeth always triunfó su sentido del deber.

No puso en duda, ni a riesgo de perder su matrimonio, el renombrar a la Casa Real con el apellido de su esposo, y aunque en lo personal son Mountbatten-Windsor, Isabel II mostró en ese momento y en prácticamente todos los que la han puesto a prueba como monarca, que su sentido del duty y la responsabilidad se sobreponen a todo.
Hoy, el compromiso anual más importante en la agenda de la reina: la apertura del parlamento mostró que, a pesar de ese compromiso —el más largo en la historia de Gran Bretaña para un soberano—, Isabel II es humana y a sus 96 años tuvo "por problemas de movilidad", infirmaron desde Buckingham, delegar su autoridad en su hijo.

El más longevo de los príncipes de Gales, Carlos, se sentó (eso sí) en el trono del consorte, ya que su mamá no invocó oficialmente, y probablemente no lo haga nunca, la fórmula del príncipe regente para su primogénito. Se estableció formalmente también que Camila será su reina, en la modernidad ese papel será digno también de análisis.
Pero hay además algo que llama la atención, el protagonismo que Isabel II ha querido darles a sus nietos, los duques de Cambridge, no ha sido fruto de la casualidad o de un favoritismo, la reina no se permitiría tal acto superfluo. La edad del heredero al trono no es un asunto menor.