Como buena (y muy feliz) godín tengo horarios bastante apretados. Entre que salgo corriendo de mi casa para ir a la oficina y más tarde salgo corriendo para llegar al gimnasio, incluir a mi rutina una práctica de este tipo es un poco complicado. Para que me entiendan, tendría que levantarme a las 4:30 de la mañana para preparar mi desayuno, comida y cena con el fin de cumplir la regla básica del ayuno intermitente (16/8). Así que por mucho tiempo me olvidé del tema. Fue hasta que me quedé en casa y mi rutina se volvió un caos que decidí hacer algo al respecto y probar lo que muchos juraron que es “el mejor estilo de vida”.
El día uno fue un fail total: me morí de hambre, me mareé, sufrí y hasta lloré. Después de consultarlo con mi nutrióloga de cabecera, me enteré de que, obviamente, mi cuerpo no estaba acostumbrado a ayunar, y por eso lo mejor hubiera sido empezar con 12 horas de ayuno. No fue sino hasta que mi cuerpo “captó” los descansos que pude aumentar, poco a poco, las horas de ayuno: en la segunda semana pasé de 12 a 14 horas, y ya en la tercera por fin logré cumplir la famosa regla 16/8.
OJO, recuerda que no porque sea algo ‘sencillo’ significa que funciona para todos: si estás embarazada, lactando, tienes trastornos alimenticios o alguna condición en particular, consúltalo con tu especialista de salud.
Para ser franca, hasta que cumplí un mes de hacer ayuno intermitente sentí verdaderamente los resultados de los que tanto me habían hablado. Sí, ya no estoy inflamada, quemé grasa (mucha) y me despedí de la gastritis, sin mencionar la cantidad de cosas buenas que no se notan de forma tan rápida: la reducción de la inflamación celular, la autofagia y el antiaging.