Alejados del glamour de La Gran Manzana o de La Ciudad de los Vientos, John y sus hombres trabajan en la ciudad montañosa de Ridgway, Colorado, en un pequeño taller los premios que los cantantes se llevan a casa después de las ceremonias del Grammy y del Latin Grammy.
La historia del "papá" de la estatuilla de la NARAS es igual de particular que el lugar en donde anualmente la realizan; Billings era un estudiante de odontología, en los años 80, al sur de California y aprendió lo que sabe de crear el gramófono de Bob Graves (desde 1976), quien desafortunadamente padecía una enfermedad terminal.

Antes de su muerte (1983), Bob le pidió a John que no dejara a la deriva su legado y como una especie de "herencia de amor" le encargó que siguiera con su tradición de hacer el premio. Billings no pudo negarse e incluso se mudó a Colorado, donde inició la compañía que artesanalmente le da forma al trofeo. Con todo el orgullo como dice su creador.
Cada Grammy que hacemos, en nuestras mentes, va a una superestrella, sabes que va a alguien que nos ha dado, a nuestras vidas, y ahora les estamos devolviendo. Somos una pequeña empresa en una pequeña tienda polvorienta, en un pequeño pueblo en las montañas, pero nuestro trabajo es reconocido en todo el mundo y le da la vuelta

Entre arroyos con truchas, lagos turquesa y altos picos, ahí nace el gramófono, a John lo acompañan otros tres artesanos que modelan, martillan, pulen y ensamblan cada pieza dorada. A puño limpio, sin robots o líneas de montaje, sino con sus martillos que cuentan más de 100 años en su haber y toda la paciencia.
En el tallercito polvoso hay una habitación para las estatuillas que tienen "personalidad", ya que sólo los "perfectos" son enviados a la NARAS; una foto de Carlos Santana con varios Grammy en los brazos es la inspiración para saber que los artistas saben que su premio es realizado por otros artistas.