Si por algo se caracterizó la boda de Meghan Markle con el príncipe Harry fue por que estuvo plagada de polémicas: desde que no la dejaron usar el vestido que quería pasando por el pleito que supuestamente tuvo con Kate Middleton hasta que una de sus asistentes renunció antes de que la actriz se convirtiera oficialmente en la Duquesa de Sussex.
A casi un año y medio de distancia se acaba de dar a conocer una controversia más que rodeó su boda: la tiara que Meghan quería lucir en su día. Se dice que esta pieza se la iba a prestar la mismísima reina Isabel II, pero al parecer, de último momento se arrepintió.
Varios rumores apuntan a que que la monarca inglesa no se la quiso dar después de meditar la famosa frase de su nieto Henry, quien aseguraba que "lo que Meghan quiere, Meghan lo consigue”. Y esta vez no quiso que la ex actriz se saliera con la suya.
Sin embargo, hay otra versión, mucho más creíble, que apunta a que la tiara que supuestamente quería Meghan (pieza conocida como la Kokoshnik ) no era apropiada para lucirse en una boda.
Se trata de una joya elaborada en Rusia en el siglo XIX y fue hecha para una boda: la de la duquesa María de Mecklenburg-Schwerin con uno de los hijos de Alejandro II de Rusia, el gran duque Vladimir Alexandrovich.
En los años 20 y debido a la Revolución Rusa, María de Mecklenburg-Schwerin huyó de su país después de pasar algunos años en arresto domiciliario. La joya pudo salir también con su dueña. Luego se supo que la abuela de la reina Isabel II compró la tiara y la mandó restaurar.
Esta joya incluye perlas y esmeraldas intercambiables… y ha sido tradición en la Casa Real Británica que sus mujeres luzcan tiaras montadas exclusivamente con diamantes en el día de su boda. Tal ha sido el caso de la propia Isabel II, Lady Di, Sarah Ferguson, la princesa Margarita y hasta Kate Middleton.
Entonces, no habría sido correcto que Meghan Markle rompiera la tradición. Por ello, la actriz de Suits lució la tiara ‘bandeau’, hecha con platino, diamantes y gran diamante central, que había sido propiedad de la reina consorte Mary de Teck (abuela de Isabel II) y que no se había visto en público desde hacía 50 años.