¿Qué ocurrió?
A partir del momento en el que el coche se mostró en mal estado, los habitantes de Palo Alto destrozaron el vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx. Años más tarde, este experimento se convirtió en el origen de la teoría del “síndrome de las ventanas rotas” acuñado por James Wilson y George Kelling.
¿Qué nos enseña este experimento social?
A muchos nos ha pasado que cuando tenemos algo nuevo, lo cuidamos de manera exagerada. Intentamos que no sufra rasguños o golpes, sin embargo, cuando inicia el deterioro de cualquier objeto, deja de importarnos y lo descuidamos totalmente y es ahí cuando comienza el principio del fin. Un ejemplo muy claro es una casa, poco a poco permitimos el desorden, descuidamos detalles y al cabo de poco tiempo, los espacios se vuelven viejos y tristes, cosa que genera mucho más descuido y negligencia entre los habitantes.

Pero, ¿qué pasaría si en lugar de hablar sobre un objeto o un inmueble habláramos sobre nuestra persona o una relación? La primera mancha en una camisa blanca molesta mucho, la segunda nos afecta menos y después de éstas, nos relajamos del todo hasta llegar al punto de terminar totalmente manchados. Así ocurre con nosotros mismos, si nos permitimos una falta de cuidado personal o un mal hábito de higiene y no lo corregimos de inmediato, entonces nos debilitamos poco a poco y sumamos nuevas dolencias a las anteriores hasta terminar con una salud y una calidad de vida cada vez más deterioradas.
Lo mismo sucede con las relaciones, la primera vez que hablamos mal, decimos una grosería, golpeamos, traicionamos un compromiso o permitimos al otro que lo haga, nos horrorizamos pero si lo dejamos pasar inadvertido después se convierte en algo normal.