Brick in the wall

Cada espacio del hotel Brick cuenta una historia, una síntesis de los distintos episodios de cada uno de los propietarios que ha pasado por la vieja casona de Orizaba, en la colonia Roma de la Ciudad de México. La más antigua es la del primer presidente del Banco de Londres y México, la que da nombre al hotel. Este propietario edificó en 1900 una caprichosa construcción sobre ladrillos numerados traídos del Reino Unido, con un estilo franco-inglés. Para la restauración, y como parte del objetivo arquitectónico de respetar el paisaje de la colonia Roma, fueron conservados los ladrillos por su valor histórico, sin que eso signifique un sacrificio en el lujo del servicio o el aspecto contemporáneo de los interiores. En sus años de decadencia, el espacio que hoy ocupa el Brick fue una casa de citas; su madame: Olivia. Hoy, para rendirle honores a este personaje, Olivia es el nombre de la “lonchería” del hotel, en la que el chef Richard Sandoval creó el menú. Richard fue quien le demostró a los norteamericanos que la riqueza de la comida mexicana se puede traducir en sofisticación (nada de tacos, enchiladas y tex mex). Esta concepción de la cocina lo llevó al éxito que ahora se refleja en su emporio restaurantero: el Pámpano de Nueva York, el Tamayo en Denver o Maya en Dubai, entre varios otros. Aunque la terraza del Olivia es el espacio más visible, hay que darse una oportunidad de visitar la planta baja, no sólo porque puedes ver el horno de leña del que salen las pizzas –especialidad de la casa–, sino por el particular mobiliario: cada silla de la lonchería es diferente; cada una perteneció en algún momento a un vecino de la colonia. En la cocina, Sandoval se ha encargado de imprimir su toque personal: los sabores y presentaciones del “modern mexican” que lo dieron a conocer en el panorama gastronómico neoyorquino. Ejemplos son el “chocolatín”, una tropicalización del pain au chocolat que se prepara con una baguette recién horneada rellena de chocolate Carlos V, o las variedades de huevo que se sirven durante el desayuno, siempre en una cazuela. La Moderna es la brasserie que complementa la oferta gastronómica del hotel. El lugar también adquirió su nombre por la cerrajería que ocupó la casona en años más recientes, antes de convertirse en hotel. En este lugar, Richard da un vuelco a su cocina para ofrecer especialidades francesas, con gran inclinación por la cocina provenzal. El menú abarca frutos del mar, clásicos como la sopa de cebolla o los moules frites y una cuidadosa selección de vinos (hay alrededor de 20 etiquetas disponibles para copeo). Como cereza en el pastel, en la terraza se encuentra el Honesty Bar, un concepto que opera (sólo para huéspedes) con una dinámica en la que el cliente lleva su propia comanda. Él consume y al final paga la cuenta de las bebidas que registró: todo apelando a los tiempos en los que la caballerosidad se medía con la fuerza de la palabra. Aunque parezca ambicioso, la del Brick es una oferta redonda para huéspedes y parroquianos sibaritas.
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