El punto de partida de este montaje es de particular interés para quien escribe estas líneas. La actriz comienza a narrar el discurso político de una mujer que lidera la manifestación y el público se engaña al pensar que la historia va sobre esa heroica persona. Descubrimos al poco rato que la obra se tratará de alguien opuesto, de una mujer que está tirada en medio de un charquito de sangre sin la menor idea de por qué está ahí.

Una historia de amor y desobediencia, para el relato que nos confirma a todos en la butaquería que nuestra riqueza humana se encuentra en nuestra absoluta e innegable capacidad de ser contradictorios. Ambiguos.
Hay una forma ingeniosa de presentarnos a esta antiheroína pues ella representará todos los aspectos que una sociedad que ha establecido cánones de conducta, aspecto y reacción emocional muy específicos y condena todos aquellos que están fuera de la norma. Silvestre, la protagonista de Los vuelos solitarios, no tiene clasificación simple en una sociedad de clasificaciones simples.
La puesta tiene evidentes registros, tanto de su autor original, como de su director. Ambos, dueños de propuestas definidas y de carácter en la escena teatral mexicana contemporánea. La historia se cuenta de forma fragmentada a través de capítulos que se anticipan al espectador en la pantalla que está al fondo, un elemento que podría no estar y en nada cambiaría el curso narrativo.