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#MéxicoESgrande: Humanos marchando

La politóloga, escritora y activista Denise Dresser nos compartió la experiencia que vivió en la marcha en Washington semanas atrás, donde se vivió una gran unidad que esperamos México replique ahora.
vie 10 febrero 2017 12:12 PM
Denise Dresser, su hija Julia
Denise Dresser, su hija Julia MADRE E HIJA: Denise y Julia en la marcha de Washington. (Foto: CORTESIA)

Hombro con hombro, codo a codo, sentíamos que era el inicio de algo fundacional. La resistencia, el reclamo, la recuperación colectiva de cosas que la victoria de Donald Trump había arrebatado. Un cúmulo de derechos humanos, ahora amenazados, ahora bajo acecho. El derecho a decidir, el derecho a la diversidad, el derecho a ser. Y por ello cientos de miles de mujeres y hombres se reunieron en Washington D. C. para mandar un mensaje de fraternidad. De solidaridad. De humanidad ante un presidente que parece carecer de ella por completo. Apenas el día anterior a la Marcha de las Mujeres, Washington había presenciando la inauguración de un mandatario que ha hecho del odio y la división, su sello distintivo. Había pronunciado un discurso nacionalista, supremacista, xenofóbico. Y quienes estábamos allí, entendíamos que comenzaba una nueva era, para Estados Unidos, para México, para el mundo.

Marcha en Washington
La marcha se convocó en protesta a los comentarios racistas y machistas del presidente Trump.
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Una era capturada en el título del famoso libro de Hannah Arendt, Men in Dark Times –Hombres en tiempos oscuros. Ella lo escribió para recapitular la penumbra provocada por la Segunda Guerra Mundial. Las que marchamos ese día soleado, frío, lo hacíamos precisamente para impedir el surgimiento de las peores pulsiones, otra vez.

Y por ello la marcha estaba repleta de pancartas con exigencias. El reclamo combinado con el humor. Mi hija de 20 años, cargada en hombros por sus amigos universitarios, orgullosa portadora de una cartulina elaborada a mano, con las palabras “Hagamos Puentes, No Muros”.

Y junto a ella tantas más, apretujadas en las calles sin podernos mover, porque la convocatoria había sido muy exitosa. Latinas y musulmanas y afroamericanas con palabras importantes que pronunciar. “Esto no es normal; resiste”. “Nuestros cuerpos, nuestras decisiones”. “Sin inmigrantes, América no existiría”. “Yo marcho porque mi madre marchó por mí”. “El lugar de una mujer es en la resistencia”. “Merecemos algo mejor”. Mensaje tras mensaje, canto tras canto, discurso tras discurso, la convicción compartida de tantos. Impedir que el Trumpismo se normalice. Impedir que el camino pavimentado sea desandado. Impedir que los derechos reconocidos sean cercenados.

Había contingentes de muchas latitudes. Mujeres y hombres que habían llenado autos y trenes y autobuses y aviones, viajando de lugares remotos, sabiendo que había mucho en juego. El futuro de las mujeres, de las minorías, de la democracia. Y quizás por ello el clamor más común a lo largo del día fue: “This is what democracy looks like”. “Esto es cómo se ve la democracia”. Como un ejercicio de pluralidad, como un ejercicio de diversidad.

La democracia construida a lo largo de 240 años, en un país multiracial, multicultural, el famoso “melting pot”, que ahora Trump y los suyos querían hacer unidimensional. Blanco. Masculino. Una fortaleza en lugar de un campo para sembrar. Yo fui con mi hija y con tantas mexicanas más, impulsada por la idea de que nada humano nos puede ser ajeno. La idea de que cuando una mujer en cualquier parte pide ayuda, nos toca estar allí.

Marcha en Washington
Casi medio millón de personas se manifestaron sólo en Washington.

La idea de que el muro planeado entre México y Estados Unidos se asemeja al Muro de Berlín. Muros construidos para separar, para enemistar, para bloquear. Marchamos para decir: “No. Eso no”. Nunca más. No a la regresión, no a la división, no al sexismo, no al racismo, no a la homofobia. Y un gran “sí” a lo mejor de Estados Unidos y de nosotras mismas. La marcha fue un espaldarazo colectivo a los valores de la democracia liberal, hoy cuestionados, hoy vilipendiados, hoy pisoteados por una Casa Blanca dominada por las peores pulsiones y no por los “mejores ángeles” de los que escribió Abraham Lincoln.

Intuimos ese día lo que se avecinaba. Marchamos para impedir que ocurriera. Pensamos que el músculo compartido de tantas mujeres en Washington –y a lo largo del mundo– podría formar un muro alternativo, capaz de contener a Trump. Pero no fue así, y desde la marcha hemos presenciado cómo las pesadillas imaginadas se convierten en realidades brutales. Trump firmando la orden ejecutiva que le niega el financiamiento estadounidense a organizaciones internacionales que apoyan el aborto.

Trump firmando la orden ejecutiva que impide la entrada a refugiados e inmigrantes de siete países musulmanes. Trump, a plumazos, acabando con el orden mundial de la posguerra que convirtió a Estados Unidos en el hegemon benigno. El mundo como lo conocíamos, desmoronándose ante nuestros ojos. Pero la marcha fue el inicio de algo que ha crecido desde ese día. La oposición que se manifiesta en las calles y en las cortes y en los aeropuertos y en los medios. La primavera estadounidense que comienza a surgir ante el gélido invierno que comanda la Casa Blanca. Millones de mujeres, millones de hombres, armados con la idea de la libertad que será imperativo defender, la equidad que será necesario preservar, la humanidad que no podemos perder. La tarea que a todos nos toca ante Trump. Educar al corazón para que odie la opresión. Defender la libertad para pensar y ser diferente. Unidos, todos, por la creencia compartida de que la justicia quizás tarda en venir, pero siempre prevalece.

*Únete a este movimiento compartiendo fotos o pensamientos en tus redes sociales usando #MéxicoEsgrande, #HechoenMéxico, #Orgullosamentemexicana.

Portada Quién, edición 382
Portada Quién, edición 382 (febrero 8, 217)

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