Las ganas de lucirse de la aristocracia

A finales del siglo XVIII, la nobleza novohispana estaba preocupada por la vestimenta de sus subordinados; era vital que su imagen proyectara “decencia y elegancia”. Las clases populares que trabajan para ellos casi no usaban ropa y esto resultaba moralmente inaceptable: la aristocracia debía tomar cartas en el asunto. Los empleados de las empresas estatales, como las fábricas de puros y la aduana, debían usar camisa cubierta con un jorongo hecho de jerga. Para cubrirse las piernas, estaban obligados a usar calzón (que en ese entonces equivalía a un especie de pantalón) y a taparse las pantorrillas con unas medias. Posteriormente, estos criterios se fueron implementando en las empresas privadas. En el caso de los servidores particulares de la aristocracia, las élites buscaban que su indumentaria trascendiera la decencia: querían que reflejara “elegancia”. Por ejemplo, los cocheros: para este oficio, se necesitaba portar un sombrero de ala ancha o tricornio y su imprescindible látigo, entre otras prendas. “Vestirlos de gala era primordial pues al lado de los trajes, las joyas y los carruajes, formaban parte del espectáculo: el de la ostentación del lujo”, comenta la historiadora Julieta Pérez Monroy.
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