Es una cuestión de mirada. Más allá de la dulzura que habita en los ojos de Marcela, es la puntería de sus pupilas que siempre encuentran una historia divertida qué contar, con enfoque humano, sin omisión de detalles.
Así fue como la conocí. Que si “la Princesa de Polanco”, que si la socialité mexicana con más presencia en la vida social del país… Daba igual: lo relevante es que desde que me senté con ella, en algún restaurante capitalino, me cautivó su modo de narrar historias. Una storyteller con un corazón cálido y generoso que no dudó en la encomienda de convertirse en la editora en jefe de esta publicación, justo cuando lanzaba su primer ejemplar al mercado.
Coincidencias sólidas: cumplimos años el mismo día, cultivamos el hedonismo sin pausa y entendemos la vida como esa oportunidad de generar buenas conversaciones con finales felices a través de libros, revistas y proyectos integradores. Es quizá la mejor fabricante de momentos memorables que conozco.