La analogía con el tenis viene a la mente pues, como espectador, movemos la cabeza a la izquierda o la derecha dependiendo de cómo fluye la dinámica entre los actores, un grupo de humanos intentando defender sus identidades en una intimidad abrazada por los años 70.
El título de la obra, Torch Song, hace referencia a ese canto romántico y dolido que narra un amor imposible, un amor jamás consumado pues las diversas vicisitudes de la vida impiden que se concrete. Es, en cierto sentido, lo que ocurre con Arnold Beckoff quien acostumbra enamorarse de hombres en conflicto, tal y como ocurre con Ed, un profesor universitario indeciso.

En medio del conflicto amoroso están Laurel y Alán, dos personajes que plantean una suerte de apertura amorosa y un diálogo aparentemente progresista de las relaciones, un poco atípica para el discurso setentero. Hay un giro inesperado y ahora la tensión dramática está centrada en la visita de la peculiar madre Beckoff y una posible adopción.
Detendré en este punto la reseña para evadir posibles spoilers y me concentraré en el origen de esta historia escrita y originalmente protagonizada por el dramaturgo Harvey Fierstein, celebrado por el libreto de los musicales La Jaula de las Locas y Kinky Boots. La primera versión teatral se estrenó en 1982 y seis años después tuvo una versión cinematográfica bajo la dirección de Paul Bogart y con las actuaciones del propio Fierstein, Anne Bancroft, Matthew Broderick, Brian Kerwin y Eddie Castrodad. En 2018 tuvo su revival en Broadway protagonizado por Michael Urie.